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La Tomatina

por Alberto Ibáñez

El ultimo miércoles de cada agosto miles de amontonados cuerpos escasamente vestidos aguardan el inicio de la fiesta más representativa del carácter valenciano, la Tomatina. Durante meses, muchos han aguardado desesperadamente la llegada de la celebración que, por su colorido, recuerda las bacanales romanas. La muchedumbre esta dispuesta a divertirse y olvidarse del mundo exterior.

Un total de 150 toneladas de jitomate maduro vuela por los aires como proyectil en la que es, probablemente, la guerra de comida más grande del mundo y, ciertamente, la más sucia. "Se ruega encarecidamente que antes de arrojar los tomates, se deshagan en la mano", advierten los organizadores, quizá a fin de evitar accidentes o para que la calles se conviertan más rápido en una piscina de puré.

La contienda da inicio a las once de la mañana en el pueblo de Bunol, m8uy cercano a la ciudad de Valencia, y a él acuden decenas de miles de excéntricos, entre españoles de diferentes partes del país y extranjeros; lo sorprendente es que la sede del evento apenas alcanza los 9.000 habitantes. Los asistentes al convivo corean: "tomate, tomate, queremos tomate", y entonces, desde camiones de carga, empiezan a repartirse las municiones. Cualquier cosa que se mueva es un blanco valido, hasta los testigos más neutros y pasivos. Los incesantes tomatazos vienen de todas partes; todo el mundo sabe que esta es una guerra en la que no habrá vencedores, quede hecha una sopa colorada. De hecho, el objetivo principal de esta celebración es darle a Bunol un baño de sangre vegetal.

La Tomatina se celebro por primera ocasión después de terminada la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 1945- el color escarlata de la festividad fue una paradoja-. Sin duda, es una fiesta popular creada por y para el pueblo. Dicen que nació en los desfiles de "gigantes y cabezudos" de Bunol, que siempre terminaban a tomatazos. Como en sus inicios, la Tomatina carecía de reglas y de una organización formal, al gobierno, en esa época encabezado por el dictador Francisco Franco, le pareció un desorden excesivo y prohibió su festejo a principios ese los años cincuenta. No obstante, los más decididos desafiaban a las autoridades y se lanzaban a la plaza del pueblo para continuar con la entonces joven tradición. La Guardia Civil se hizo presente en numerosas ocasiones realizando algunas detenciones. Los agresores era dirigíos a la cárcel entre bromas y risas, para ser liberados poco tiempo después; sin embargo, y por desgracia, también se registraron algunos arrestos violetos.

No fue sino hasta 1959, gracias a la insistente petición del pueblo de Bunol para que se autorizara la Tomatina, cuando las autoridades entendieron que la celebración era algo inevitable. Pronto, los medios de comunicación empezaron a cubrir el evento y este alcanzo una popularidad arrolladora, atrayendo así a más y más curiosos que querían nadar en kétchup.

A las una de la tarde, hora en que concluyen las agresiones, la plaza de Bunol queda cubierta de una pasta roja que llega hasta tobillos. Los mas agotados se dejan caer al suelo, otros siguen riendo y la mayoría se dirige había las regaderas que se han instalado provisionalmente para enjuagar el acido jugo del cuerpo. Este es también el momento para limpiar el pueblo, a cuyo menester quedan invitados todos los presentes; definitivamente esta es la parte mas aburrida del evento.

Para muchos, este derroche de color rojo y de tomates es una verdadera incógnita. ¿Por qué arrojárselos unos a otras cuando hay escasez de alimentos en el mundo? La respuesta de los bunolenses es otra pregunta que puede parecer cínica: "¿Por qué no? La vida es corta y hay que divertirse, así que para que amargarse con esta cuestiones de la hambruna mundial". Además, la Tomatina ha traído fama internacional y una derrama económica importante al minúsculo Bunol.

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La Tomatina

por Alberto Ibáñez

El ultimo miércoles de cada agosto miles de amontonados cuerpos escasamente vestidos aguardan el inicio de la fiesta más representativa del carácter valenciano, la Tomatina. Durante meses, muchos han aguardado desesperadamente la llegada de la celebración que, por su colorido, recuerda las bacanales romanas. La muchedumbre esta dispuesta a divertirse y olvidarse del mundo exterior.

Un total de 150 toneladas de jitomate maduro vuela por los aires como proyectil en la que es, probablemente, la guerra de comida más grande del mundo y, ciertamente, la más sucia. "Se ruega encarecidamente que antes de arrojar los tomates, se deshagan en la mano", advierten los organizadores, quizá a fin de evitar accidentes o para que la calles se conviertan más rápido en una piscina de puré.

La contienda da inicio a las once de la mañana en el pueblo de Bunol, m8uy cercano a la ciudad de Valencia, y a él acuden decenas de miles de excéntricos, entre españoles de diferentes partes del país y extranjeros; lo sorprendente es que la sede del evento apenas alcanza los 9.000 habitantes. Los asistentes al convivo corean: "tomate, tomate, queremos tomate", y entonces, desde camiones de carga, empiezan a repartirse las municiones. Cualquier cosa que se mueva es un blanco valido, hasta los testigos más neutros y pasivos. Los incesantes tomatazos vienen de todas partes; todo el mundo sabe que esta es una guerra en la que no habrá vencedores, quede hecha una sopa colorada. De hecho, el objetivo principal de esta celebración es darle a Bunol un baño de sangre vegetal.

La Tomatina se celebro por primera ocasión después de terminada la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 1945- el color escarlata de la festividad fue una paradoja-. Sin duda, es una fiesta popular creada por y para el pueblo. Dicen que nació en los desfiles de "gigantes y cabezudos" de Bunol, que siempre terminaban a tomatazos. Como en sus inicios, la Tomatina carecía de reglas y de una organización formal, al gobierno, en esa época encabezado por el dictador Francisco Franco, le pareció un desorden excesivo y prohibió su festejo a principios ese los años cincuenta. No obstante, los más decididos desafiaban a las autoridades y se lanzaban a la plaza del pueblo para continuar con la entonces joven tradición. La Guardia Civil se hizo presente en numerosas ocasiones realizando algunas detenciones. Los agresores era dirigíos a la cárcel entre bromas y risas, para ser liberados poco tiempo después; sin embargo, y por desgracia, también se registraron algunos arrestos violetos.

No fue sino hasta 1959, gracias a la insistente petición del pueblo de Bunol para que se autorizara la Tomatina, cuando las autoridades entendieron que la celebración era algo inevitable. Pronto, los medios de comunicación empezaron a cubrir el evento y este alcanzo una popularidad arrolladora, atrayendo así a más y más curiosos que querían nadar en kétchup.

A las una de la tarde, hora en que concluyen las agresiones, la plaza de Bunol queda cubierta de una pasta roja que llega hasta tobillos. Los mas agotados se dejan caer al suelo, otros siguen riendo y la mayoría se dirige había las regaderas que se han instalado provisionalmente para enjuagar el acido jugo del cuerpo. Este es también el momento para limpiar el pueblo, a cuyo menester quedan invitados todos los presentes; definitivamente esta es la parte mas aburrida del evento.

Para muchos, este derroche de color rojo y de tomates es una verdadera incógnita. ¿Por qué arrojárselos unos a otras cuando hay escasez de alimentos en el mundo? La respuesta de los bunolenses es otra pregunta que puede parecer cínica: "¿Por qué no? La vida es corta y hay que divertirse, así que para que amargarse con esta cuestiones de la hambruna mundial". Además, la Tomatina ha traído fama internacional y una derrama económica importante al minúsculo Bunol.

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